Todas las mañanas el mismo camino.
Un día tras otro, la misma hora, los mismos coches, las mismas caras
desconocidas, la misma cola. Eran las nueve de la mañana de un
viernes y estaba atascado en una de las formidables colas que se
generan, nadie sabe porqué, en la autopista de entrada a la ciudad.
Hoy la situación era aún peor si cabe, ya que los coches estábamos
atrapados en la ratonera en que se convierte la muy segura y cómoda
vía de acceso cuando se encuentra colapsada por los automóviles.
Avanzábamos poco a poco por el mar
de coches cuando, de repente, una avispa se metió dentro del
habitáculo. El miedo atroz a este tipo de insectos, me hizo
reaccionar violentamente a golpes de trapo contra el pequeño intruso
el cual, posiblemente, hubiese salido por sus propios medios de no
haber actuado yo de forma tan inconsciente. Estaba tan atemorizado
que tenía que matarla.
En uno de los exagerados movimientos
de caza golpeé sin darme cuenta el volante y, a pesar de la baja
velocidad que llevábamos, el coche se descontroló y cambió de
carril. El hecho de que el vehículo fuera equipado con dirección
asistida, junto con el fuerte golpe al volante, me impidió una
rápida rectificación y me abalancé contra el coche que se
encontraba a mi lado.
El impacto se auguraba de órdago,
pero insospechadamente me encontré circulando correctamente por el
carril al cual me había cambiado, y con el automóvil al que iba a
embestir en mi posición original.
¿Qué había pasado aquí? Nada me
impedía haberme dado el gran golpe, pero no me lo había dado y, por
si fuera poco, el coche de al lado se había movido de sitio
mágicamente a la posición que había dejado yo. Quedé estupefacto.
No sabía darle una razón lógica al asunto y no podía entenderlo.
A todo esto, seguíamos avanzando a paso lento y la avispa, tan sana
como cuando entró, aprovechó el momento para huir por la ventana.
En un momento de locura, pisé el
acelerador con todas mis fuerzas dispuesto a empotrarme contra el
vehículo de delante. Efectivamente, no pasó absolutamente nada: yo
pasé a su sitio y él pasó al mío. Algo que no acertaba yo a
comprender hacía que todos mis “compañeros” de atasco fuesen
virtuales, una especie de hologramas perfectos que representaban a
otros coches en mi misma situación. Ello significaba entonces que no
había nadie en aquella ancha autopista más que yo. Quien fuera que
estaba haciendo esto, sabía que en una situación así no iba a
permitir que mi coche tocara el delante y, ni mucho menos, los de los
lados. Su jugada era segura, pero no pudo contar con mi miedo a las
avispas. El porqué de esta mentira, lo ignoraba completamente.
Aumenté la velocidad y fui
atravesando los coches uno tras otro cual fantasma atraviesa los
muros, pero no sólo atravesaba turismos, sino pesadas grúas,
autobuses, camiones, motos, en definitiva, de todo. Iba sólo y podía
correr todo lo que me viniera en gana y cambiar de carril cuando me
apeteciera. Los otros automóviles sencillamente no existían e iban
ocupando los sitios que yo dejaba libre. Para colmo, frené y di
marcha atrás; nadie me impedía la maniobra, pero un roce en la
puerta con un guardarrailes me hizo ver que éstos sí eran reales.
La carretera existía, pero los que lo ocupaban no. ¿Qué juego era
éste?
Abandoné la autopista en la salida
más cercana, alcanzándola en unos pocos instantes a pesar del
intenso tráfico que asemejaba haber delante de mí..
Me incorporé a una carretera
secundaria atestada de vehículos virtuales y anduve muchos
kilómetros sólo en medio de una falsa vorágine de tráfico. Para
comprobarme a mí mismo de la veracidad de lo que estaba viviendo,
paré mi coche en medio de la carretera y bajé. Era increíble. Yo
no estaba loco y no estaba sufriendo una alucinación, puesto que mi
coche sí existía y yo estaba en medio de la calzada, sentado,
viendo como pasaban tractores y furgonetas por encima de mí, sin
sentir lo más mínimo. No lo entendía, pero a alguien o a algo le
interesaba tenerme engañado pintándome una realidad ante mis ojos
que no tenía nada que ver con la que verdaderamente existía.
Una súbita presión, seguida de un
golpe de calor, me propulsó fuera de la calzada y me estampó contra
unos arbustos de la cuneta. Dolorido me incorporé y vi lo que había
pasado: un trailer a toda velocidad había impactado contra mi
automóvil, provocando una explosión y una onda expansiva que me
envió unos cuantos metros más allá. El conductor del trailer no
había sufrido daños de consideración, pero mi coche quedó
destrozado.
El angustiado camionero, me comentó
que había tenido mi misma experiencia, pero él se había dado
cuenta al dormirse un momento al volante. El exceso de confianza en
lo que sucedía hizo el resto.
No encontramos explicación plausible
a todo lo sucedido pero ninguno de los dos volvimos a tentar a la
suerte. Tras nuestra vivencia, tenemos la certeza de que los
vehículos que nos rodean, esos vehículos que nos frenan allá donde
vayamos, son una farsa, pero...
¿Quién pone su vida en riesgo para
descubrirlo?
![]() |
¿Qué había pasado aquí? |
No hay comentarios:
Publicar un comentario