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martes, 25 de febrero de 2014

Hoy, cuento: La respuesta

¿Qué hace el viejo chamán allí arriba? Esta era la pregunta que se hacían todos los habitantes del poblado indio, cuando vieron al honorable hombre-medicina sentarse en lo alto de la colina que domina el campamento.

Lo cierto era que las cosas, desde hacia tiempo, no marchaban bien. El hombre blanco, en su ambición de poseer lo que no era poseible, amenazaba constantemente la vida de aquella gente respetuosa y sabia, pero salvaje e ignorante a ojos de aquellos cuyos ojos tapaba el opaco velo del egoísmo.

Hasta ahora, la valentía y el pundonor de los guerreros de la tribu había puesto un débil freno a la expansión enfermiza de una gente que solo veía en ellos un obstáculo para poderse apropiar de la tierra, de los pastos o de los animales, como si el cielo, el agua, la tierra, los coyotes, los bisontes o las almas, pudieran ser propiedad de alguien. Pobres blancos ignorantes. La Madre Tierra les hará ver cuan equivocados van en su camino.

Desgraciadamente soplan vientos de guerra, de una guerra no deseada, pero obligada. La supervivencia de una cultura, de una forma de vivir y entender el mundo que le rodea está en grave peligro. Si todo sigue igual, nuestros hijos no podrán continuar con la sabiduría que generaciones y generaciones han acumulado y traspasado a su vez a sus descendientes desde que la Tortuga y el Coyote crearan el mundo. Este mundo que está desapareciendo por la maldad y la avaricia de una gente con la que no queremos luchar, porque no hay porqué luchar... ¡La Madre Tierra nos da todo y para todos! Pero todo es insuficiente para aquel que no sabe, ni quiere, ponerse un límite. La vida es un círculo eterno; las estaciones, las cosechas, las migraciones, la luna, el Sol... son reflejos de este círculo. Y tras el todo, lo único que cabe encontrar es la nada. ¿No lo ven?

No. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

No se sabía cuando sería la próxima batalla, si mañana, pasado o tal vez dentro de 2 años... pero se sabía que se iba a producir. Todos los tratados de paz firmados con el hombre blanco eran sistemáticamente incumplidos y nuestros pueblos, progresivamente aniquilados o desplazados a tierras donde ya no había nada que comer. Nos estaban quitando nuestra dignidad; nos estaban matando en vida.

Defenderemos nuestra vida con nuestra vida. Porque, de todas formas, cualquier día es un buen día para morir.

Pero... ¿Qué buscaba el anciano en aquella pelada cumbre? La respuesta era sencilla: una respuesta.

En aquel momento, un águila cruzó el sanguinolento cielo rojo de aquel crepúsculo infinito.

Una lágrima rodó por su mejilla.

Un águila cruzó el sanguinolento cielo rojo de aquel crepúsculo infinito.