¿Qué hace el viejo chamán allí
arriba? Esta era la pregunta que se hacían todos los habitantes del
poblado indio, cuando vieron al honorable hombre-medicina sentarse en
lo alto de la colina que domina el campamento.
Lo cierto era que las cosas, desde
hacia tiempo, no marchaban bien. El hombre blanco, en su ambición de
poseer lo que no era poseible, amenazaba constantemente la vida de
aquella gente respetuosa y sabia, pero salvaje e ignorante a ojos de
aquellos cuyos ojos tapaba el opaco velo del egoísmo.
Hasta ahora, la valentía y el
pundonor de los guerreros de la tribu había puesto un débil freno a
la expansión enfermiza de una gente que solo veía en ellos un
obstáculo para poderse apropiar de la tierra, de los pastos o de los
animales, como si el cielo, el agua, la tierra, los coyotes, los
bisontes o las almas, pudieran ser propiedad de alguien. Pobres
blancos ignorantes. La Madre Tierra les hará ver cuan equivocados
van en su camino.
Desgraciadamente soplan vientos de
guerra, de una guerra no deseada, pero obligada. La supervivencia de
una cultura, de una forma de vivir y entender el mundo que le rodea
está en grave peligro. Si todo sigue igual, nuestros hijos no podrán
continuar con la sabiduría que generaciones y generaciones han
acumulado y traspasado a su vez a sus descendientes desde que la
Tortuga y el Coyote crearan el mundo. Este mundo que está
desapareciendo por la maldad y la avaricia de una gente con la que no
queremos luchar, porque no hay porqué luchar... ¡La Madre Tierra
nos da todo y para todos! Pero todo es insuficiente para aquel que no
sabe, ni quiere, ponerse un límite. La vida es un círculo eterno;
las estaciones, las cosechas, las migraciones, la luna, el Sol... son
reflejos de este círculo. Y tras el todo, lo único que cabe
encontrar es la nada. ¿No lo ven?
No. No hay peor ciego que el que no
quiere ver.
No se sabía cuando sería la próxima
batalla, si mañana, pasado o tal vez dentro de 2 años... pero se
sabía que se iba a producir. Todos los tratados de paz firmados con
el hombre blanco eran sistemáticamente incumplidos y nuestros
pueblos, progresivamente aniquilados o desplazados a tierras donde ya
no había nada que comer. Nos estaban quitando nuestra dignidad; nos
estaban matando en vida.
Defenderemos nuestra vida con
nuestra vida. Porque, de todas formas, cualquier día es un buen día
para morir.
Pero... ¿Qué buscaba el anciano en
aquella pelada cumbre? La respuesta era sencilla: una respuesta.
En aquel momento, un águila cruzó
el sanguinolento cielo rojo de aquel crepúsculo infinito.
Una lágrima rodó por su mejilla.